Los eventos mundiales acontecidos
durante la década de los ochentas del siglo pasado influyeron enormemente en el
diseño del sistema político actual. Los gobiernos de los países capitalistas
encabezados por Inglaterra y Estados Unidos, calculaban ya el pronto e
inevitable colapso del Comunismo. Por su
parte los sistemas de financiamiento y la Banca global se preparaban para lo
que veían como el triunfo inminente de la economía capitalista y su
implementación sino en todos los países, sí en su mayoría, incluidos los que
contaban con regímenes económicos mixtos de tintes socialistas o proteccionistas,
entre ellos México. Habiendo logrado la aplicación de la famosa Perestroika en
la URSS y en los países que compartían su forma de gobierno, movían sus agentes y fichas, en pos de la
concentración hegemonía del capitalismo en todo el planeta.
México entonces era gobernado mediante
un sistema político unipartidista, casi monárquico de duración sexenal, y por
vía de sucesión vertical, sínicamente encubierto por una supuesta democracia
pluripartidista. El nombre de ese
partido entonces con más de cinco décadas en el poder era el PRI (Partido
Revolucionario Institucional), producto del acuerdo de la mayoría de las
fuerzas sociales que durante varios años se disputaron el control del país
mediante el uso de las armas y la violencia. Una vez desgastados, decidieron
institucionalizarse en un partido hegemónico, como medio para logar la paz y la
estabilidad política. Ya organizados corporativamente bajo una sola
institución, competían sexenalmente para acceder al poder apoyando al candidato
que era nombrado de facto por vía sucesoria directa por el Presidente en turno,
aspirante que gracias al apabullante apoyo corporativo de la generalidad de los
sectores de la sociedad controlados por el partido, ganaba las elecciones sin
dificultad alguna. Una vez al mando, con escasos límites de control, gobernaba
despóticamente y con escasa oposición, en
beneficio propio, de su facción política en lo particular y de los miembros del partido en lo
general, a través de un mecanismo muy eficaz que garantiza su supervivencia y
que a la fecha ha sido eficaz también para la clase política-empresarial actual: LA
IMPUNIDAD.
El poder hegemónico unipartidista
mexicano, durante la década de los años setenta consolidó la economía del país,
a través del control férreo del Estado, el cual no solo dictaba las políticas
económicas, sino además fungía como el poseedor de gran parte de los medios de
producción, y de una enorme lista de empresas públicas, cuyo conjunto aumentaban
su pesada carga administrativa. Así los espacios de acción e inversión del sector
privado empresarial eran muy reducidos, al igual que el número de sus
integrantes, quienes a pesar de su tamaño formaban un factor real de poder con
influencia suficiente en el sistema político, pero únicamente para garantizar
su supervivencia en él, lejos de lograr definirlo o decidirlo.
Entrados los ochentas los dueños
de los mercados y sistema de financiamiento mundiales, implementaron los mismos
mecanismos usados para el colapso de las economías comunistas, que debido a las
pesadas cargas administrativas de sus Estados, se veían imposibilitadas de fraguar
las constantes crisis económicas mundiales que afectaban las propias, trayendo
consigo desempleo, pobreza y desestabilidad social. Siendo estas instituciones
monetarias internacionales causantes de dichas crisis, ofrecían a los países
afectados las soluciones y rescate, que en gran parte consistían en abrir sus economías a
la participación e inversión privada, así como la disminución del control
económico estatal, mediante la venta de las empresas públicas.
Lo anterior en el caso mexicano,
provocaría la resistencia de varios grupos políticos a quienes la rectoría estatal a que se ha hecho mención
beneficiaba, ya que la apertura de la inversión particular significaba un
cabio de manos en el control de los medios de producción. Ante estas posibles
resistencias se recurrió a la inteligencia al grado de que lograron infiltraran
agentes en el gobierno mexicano, que influenciados por políticas novedosas de
administración macroeconómica impartidas en su mayoría en Universidades Norteamericanas
e Inglesas, facilitaran su
implementación. Así fue como una nueva generación de políticos llamados
tecnócratas accedían al poder, quienes aplicaron con éxito las nuevas reglas
macroeconómicas en México, a pesar de la resistencia de sus antecesores que
tristemente veían como les era arrebatado el control del país bajo los mismos
mecanismos de acceso al poder que ellos décadas atrás habían diseñado. Era la
época de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, y el equipo de
tecnócratas que introducían el neo liberalismo como política económica.
La venta de empresas públicas, la
apertura de las fronteras comerciales y la desaparición de las restricciones arancelarias,
se dieron casi de inmediato para facilitar la inversión privada en los sectores
de la economía mexicana. Por su parte la reducida clase empresarial nacional,
ante la coyuntura presentada, prestaba enorme interés en conservar la
exclusividad, tamaño de su grupo y en especial la impermeabilidad que en el
país existía con respecto a la competencia de la inversión extranjera lograda por
el régimen anterior. Además de la gran oportunidad de hacerse del control de
los sectores productivos, se sumaba la de cobrar una especie de venganza por
todos esos años en los que sufrieron la competencia y el control férreo estatal.
No les emocionó tanto el debilitamiento de la rectoría de las políticas
públicas económicas, sino la posibilidad real de hacerse del control total del mismo
Estado mexicano. Bajo ésta lógica Carlos Salinas de Gortari negoció la adjudicación de la mayoría de las
empresas públicas a un puñado de viejos y nuevos empresarios mexicanos, la
implementación de reglas que dificultaran o imposibilitaran la inversión
privada extranjera, la creación y conservación de nuevos monopolios económicos
por lo menos en forma temporal que garantizaran su consolidación, y la apertura
de mecanismos de rescate público en caso de que no pudiesen hacer frente a sus
nuevas obligaciones empresariales. Así fue como la clase empresarial mexicana
vio en la asociación oculta o simulada con la clase política la forma idónea
para tomar el control no solo del Estado, sino del país completo.
Asociados con los políticos, la
naciente oligarquía, se hacía de los mismos mecanismos usados por el viejo
sistema unipartidista, en especial la impunidad y la simulación de un sistema
democrático, para conservar su hegemonía en el país. La concertación estaba
lista, la imagen de partido único en el poder estaba ya agotada, la transición
que llevase a otro partido político a la presidencia de la República estaba
preparada, los integrantes del mismo sector político-empresarial armado durante
el sexenio de Carlos Salinas de Goartari, se agrupaban en el mismo PRI y en un
renovado Partido Acción Nacional (PAN) cuyo directorio ocuparon tras la muerte
(¿asesinato?) de Manuel Clutier símbolo moral indiscutible de ese partido que
antes formó parte de la insignificante oposición política. Solo hacía falta
tumbar lo que quedaba del gran símbolo totémico que formaba la pieza angular
del viejo sistema político, la imagen cuasi idolatrada sobre la que millones de
mexicanos sexenio tras sexenio cual súbditos se dejaban gobernar: El Presidente
de la República, personaje que ante las recurrentes crisis económicas y ante las
evidencias cada vez más claras de corrupción, mermaba su imagen. Solo
necesitaba el tiro de gracia, y este –complotado o no- fue recibido en la
cabeza del entonces candidato Luis Donaldo Colosio, nombrado por Carlos Salinas
de Gortari en uso de su ejercicio fáctico sucesorio, durante esa tarde
histórica en Lomas Taurinas, en la que muerto caía el aspirante, junto con la
tradición añeja de culto al poder casi omnipotente del señor Presidente.
La desestabilidad social y
económica que el asesinato del candidato Colisio, junto con el de otras
destacables figuras del PRI, provocó al país, fue la antesala para acabar de
tajo con el sistema presidencialista mexicano, último obstáculo que la naciente
oligarquía mexicana tenía para acceder totalmente al poder del Estado. Ya el
derecho que el Presidente tenía de elegir a su sucesor no tenía cabida en esos
momentos en los que voces que representaban diversos sectores sociales exigían el
fin del viejo sistema de gobierno, y veían en el cambio, la alternancia
partidista, y la implementación de elecciones democráticas reales y no
simuladas, los medios idóneos para salir
de la inestabilidad social que tenía en pánico a la mayoría de los mexicanos.
De entre esos sectores sociales y de las filas del PAN, salía un personaje carismático,
y muy simpático que a grito pelado anunciaba la salida de PRI de los Pinos,
llamado Vicente Fox, cuya exitosa campaña mediática lo llevó a la candidatura
de su partido y eventualmente a ser el nuevo Presidente de
la República, el primero electo mediante sufragio efectivo y directo, dando fin a 70
años de dominio priísta. Fue así como se habló de democracia en México, incluso
llegó a presumirse mundialmente como modelo. Sin embargo bastó un sexenio para
mostrar el montaje confeccionado tras el candidato, y el engaño del que fueron
víctimas la millones de mexicanos.
Los mexicanos veíamos en la
impunidad la causa primordial por la que el viejo sistema corrupto sobrevivió
tantos años, sin embargo no pasó mucho tiempo para darnos cuenta que la incumplida
promesa del candidato de enjuiciar a los personajes que entonces se presumía su
participación en actos de corrupción, entre los que figuraban varios ex
presidentes, era parte de una negociación por la que el nuevo gobernante
garantizaba impunidad a cambio de espacios de poder y gobernabilidad cada vez más acotados por la
inercia anti presidencialista, y ocupados por la naciente oligarquía que se
hacía de los mismos mecanismos de control que el antiguo sistema unipartidista
uso para conservar el poder.
Así los grupos oligárquicos se hicieron
de cuanto medio de comunicación, desde televisoras, radiodifusoras y periódicos
pudieron. No solo eso, también pusieron sus alfiles en los sectores de gobierno
que regulan tanto sus concesiones como el uso de las mismas. Con ello lograron
el principal elemento de control sobre toda la población: la administración de
la información pública y su manipulación a modo. También retomaron el corporativismo, ésta vez
pluripartidista, al infiltrar sus intereses en las distintas cámaras
legislativas, para que sus integrantes sin importar el color de su partido, se
encarguen de proteger sus beneficios. Y por último la organización del sistema
de elección de candidatos, bajo reglas diseñadas a su medida, de tal forma que:
1) El costo de las elecciones sea tan alto sobre todo en publicidad, que
obligue a los aspirantes a buscar el financiamiento y apoyo de la oligarquía no
solo para ganar la campaña, sino incluso para lograr la candidatura de sus
partidos. 2) Que al financiarlos deban su puesto a quien les pagó la campaña y
no a sus electores. 3) El control mediante la infiltración de las autoridades
electorales para los casos de que un candidato no siga las reglas impuestas por
la oligarquía, la apelación a la justicia electoral le sea siempre adversa, y
que 4) al controlar la justicia electoral, la oligarquía garantice siempre el
manejo del triunfo o fracaso de todos los candidatos en las elecciones.
Vicente Fox vio como su mandato
se debilitaba poco a poco, al tiempo que iba cediendo espacios del poder
Estatal a dichos grupos oligárquicos. Sin embargo un naciente factor real de
poder reclamaría su parte del pastel estatal, el cual surgía de las cloacas que
la corrupción e impunidad abría en los sótanos de su propia deshonestidad, un
poder pavoroso en cuanto sus medios de organización y lealtad, también producto
de la economía informal e ilícita que la concentración de la riqueza en las
manos oligarcas, provocaba. Este nuevo grupo se gestó en clandestinidad del
crimen, sobre todo el del narcotráfico, que se nutría de la impunidad y
deshonestidad de la nueva clase política-empresarial. Sus líderes inmensamente
enriquecidos al amparo de las autoridades, infiltraban también sus agentes nada
más y nada menos que en las corporaciones supuestamente encargadas de su
combate, y llegado el momento propicio, a punta de cuerno de chivo y
billetazos, exigiría su taja de poder, sobretodo en dos de los sectores
estratégicos del Estado: La justicia y las Fuerzas Armadas. Esa ocasión llegaba
poco antes de las elecciones presidenciales de 2006.
Dentro de éste panorama también se
gestaba un grupo político de izquierda con novedosos mecanismos de juego
político destacando entre ellos la eficiencia en la administración pública de
sus gobiernos, y la implementación de ideas progresistas en las reglas y formas
de organización social. Encontrando en la capital del país y cede de los
poderes federales, su principal bastión, poco a poco lograron el apoyo y
sustento de la parte de la población del país que se ve perjudicada por la
actual clase política, es decir en su mayoría. En ese grupo destaca quien fuese
gobernante de dicha ciudad, un personaje carismático llamado Andrés Manuel
López Obrador, con el que las clases no beneficiadas y hasta despreciadas por
la oligarquía se identifican con facilidad, debido a su discurso opositor
franco, basado en la visión general que los mexicanos tienen del país, sus
problemas, males, vicios y soluciones, fácilmente digerible y aceptado por el
groso popular. Dicho discurso es el eje principal de su estrategia de permanecer
en la agenda mediática nacional, a pesar del cerco informativo que los medios
de comunicación controlados por la oligarquía hacen torno a él -según sus
propias palabras- y plantea una visión a futuro de toques progresistas, sobre
la implantación de un nuevo sistema político con altos frutos sociales, que no
solo beneficie a unos pocos, y que sus detractores acusan con razón o sin ella de
mesiánico
Amado u odiado sin medias tintas,
López Obrador con el tiempo y después de varios desencuentros con la clase
político-empresarial terminó siendo un factor de alto riesgo para sus intereses. Fue en este ambiente de
tención, en el que la oligarquía salía detrás del telón del que escondía su
poder e influencia, para abiertamente combatir y hacer frente al político que
pronto se hacía candidato de las izquierdas para contender las elecciones
presidenciales, con un muy alto y casi imposible de igualar nivel de
preferencia de voto. Evitar el arribo de López Obrador al poder se convertía en la meta principal de los
grupos oligárquicos.
Ante la inmensa popularidad de
López Obrador, el sector empresarial no veía dinero suficiente que cubriera la
multimillonaria campaña mediática capaz de revertir el índice de simpatizantes
de López Obrador. Los recursos monetarios ilícitos se hacían necesarios, y el
pacto con los señores del tráfico de armas, narcóticos, personas y en general
de toda mercancía ilegal, estoy seguro no esperó. La contraprestación reclamada no
era para nada insignificante. Este grupo delincuencial ya infiltrado en las
áreas que debían combatirlos, deseaba el dominio total de las rutas y
mercados de sus productos. El control de las fuerzas armadas y la
administración de justicia era el dispositivo ideal, no solo para logar su
meta, sino para conseguir el beneplácito de las mafias norteamericanas
encargadas de su consumo y de las instituciones públicas estadounidenses al
parecer encargadas de administrar más que combatir dicho tráfico. El control
del Estado Mexicano se dividía entre los oligarcas, el crimen organizado y el
sistema de banca mundial en apoyo a sus integrantes que gustosos abren sus
bóvedas al nunca despreciable dinero ilegal.
Así fue como abiertamente la
nueva oligarquía mexicana hizo su aparición pública, haciendo uso de
toda su fuerza para evitar el triunfo del candidato incomodo, y
lograr que el propio, Felipe Calderón ganara, por un escaso margen y bajo unas
elecciones muy discutidas e inútilmente impugnadas, la presidencia de la
República.
El gobierno de Felipe Calderón no
podría resultar de otra forma: La oligarquía afianzaba el dominio de casi todos
los sectores del país y consolidaba el control sobre la mayoría de los
políticos encargados de asegurar sus intereses. Con un Presidente sin mando
real sobre las fuerzas armadas y los aparatos de aplicación de justicia, se
inició una lucha oficial de la que cada vez hay más evidencias de ser unilateral,
que combate a un solo sector del crimen organizado y protege a otro, en una descarnada, sangrienta y ruin guerra que ha
provocado decenas de miles de muertos y desaparecidos, que ha hecho del país un
campo de batalla, y el temor e inseguridad de la población en factores de
control estatal.
Consientes del descontento
general por la situación del país, y ante el descredito de los dos últimos
gobiernos panistas que destacaron por superar la ineficiencia y corrupción del
antiguo régimen, la oligarquía preparó el regreso del PRI al poder,
pero ésta vez bajo la confección cuidadosa y estudiada del Presidente encargado
de la gerencia de sus intereses. Aprendieron del efecto popular del factor López
Obrador y en los laboratorios de construcción de imágenes públicas, diseñaron
el personaje que sería el candidato del partido tricolor y cuyo dominio público
se preparaba con mucha anticipación a la
campaña por venir, bajo una estrategia de exposición mediática tan extensa en
tiempo y repetición de imagen, que asegurara
su alto índice de popularidad. Así
encontraron en un muy joven y apuesto político del Estado de México, miembro de
uno de los grupos tradicionales de poder prisita, llamado Enrique Peña Nieto el
modelo ideal.
Sabedores que a los mexicanos adictos
a las telenovelas ya no les gustaban los presidentes que les imponían, se encargó
la tarea de diseño de imagen a la televisora de mayor rating del país y a sus
guionistas su perfil vivencial, mostrando a un atractivo joven recién electo
gobernador de su Estado, acongojado por el profundo dolor que le dejaba la
muerte de su esposa, y la educación de sus 3 hijos, difundiendo su labor pública
como ejemplo de trabajo eficiente y
exitoso, a través de capsulas informativas pagadas. A la mitad de su mandato la cadena televisiva
que es la mayor hacedora de telenovelas del mundo, le prepara una historia de
telenovela en la que conoce y se enamora de una artista de telenovela, y en
una boda de telenovela, transmitida en cadena nacional contrajeran
nupcias, para juntos hacer una campaña televisada hasta el cansancio, que los
llevara a ser Presidente y Primera Dama de México y vivir felices juntos para
siempre… pero lo que los guionistas nunca previeron fue que el grueso de la
población experta en las telenovelas supo distinguir al actor del
candidato, al guion, al guionista, y a la ficción televisiva de la realidad
social y política del país. El rechazo a su candidatura y a su imposición por
los grupos de poder creció y ya como Presidente electo Enrique Peña Nieto y sus
creadores nuevamente se encuentran en un ambiente de impugnación y
cuestionamiento al proceso electoral que lo llevó al triunfo. Así es como
actualmente el PRI pretende regresar a la presidencia de la república y la
oligarquía busca su consolidación en el poder.