miércoles, 22 de agosto de 2012

EL REGRESO DEL PRI Y LA CONSOLIDACIÓN DE LA OLIGARQUÍA MEXICANA

Los eventos mundiales acontecidos durante la década de los ochentas del siglo pasado influyeron enormemente en el diseño del sistema político actual. Los gobiernos de los países capitalistas encabezados por Inglaterra y Estados Unidos, calculaban ya el pronto e inevitable colapso del  Comunismo. Por su parte los sistemas de financiamiento y la Banca global se preparaban para lo que veían como el triunfo inminente de la economía capitalista y su implementación sino en todos los países, sí en su mayoría, incluidos los que contaban con regímenes económicos mixtos de tintes socialistas o proteccionistas, entre ellos México. Habiendo logrado la aplicación de la famosa Perestroika en la URSS y en los países que compartían su forma de gobierno, movían  sus agentes y fichas, en pos de la concentración hegemonía del capitalismo en todo el planeta.

México entonces era gobernado mediante un sistema político unipartidista, casi monárquico de duración sexenal, y por vía de sucesión vertical, sínicamente encubierto por una supuesta democracia pluripartidista.  El nombre de ese partido entonces con más de cinco décadas en el poder era el PRI (Partido Revolucionario Institucional), producto del acuerdo de la mayoría de las fuerzas sociales que durante varios años se disputaron el control del país mediante el uso de las armas y la violencia. Una vez desgastados, decidieron institucionalizarse en un partido hegemónico, como medio para logar la paz y la estabilidad política. Ya organizados corporativamente bajo una sola institución, competían sexenalmente para acceder al poder apoyando al candidato que era nombrado de facto por vía sucesoria directa por el Presidente en turno, aspirante que gracias al apabullante apoyo corporativo de la generalidad de los sectores de la sociedad controlados por el partido, ganaba las elecciones sin dificultad alguna. Una vez al mando, con escasos límites de control, gobernaba despóticamente y con escasa  oposición, en beneficio propio, de su facción política en lo particular y de los miembros del partido en lo general, a través de un mecanismo muy eficaz que garantiza su supervivencia y que a la fecha ha sido eficaz también para la clase política-empresarial actual: LA IMPUNIDAD.   

El poder hegemónico unipartidista mexicano, durante la década de los años setenta consolidó la economía del país, a través del control férreo del Estado, el cual no solo dictaba las políticas económicas, sino además fungía como el poseedor de gran parte de los medios de producción, y de una enorme lista de empresas públicas, cuyo conjunto aumentaban su pesada carga administrativa. Así los espacios de acción e inversión del sector privado empresarial eran muy reducidos, al igual que el número de sus integrantes, quienes a pesar de su tamaño formaban un factor real de poder con influencia suficiente en el sistema político, pero únicamente para garantizar su supervivencia en él, lejos de lograr definirlo o decidirlo.

Entrados los ochentas los dueños de los mercados y sistema de financiamiento mundiales, implementaron los mismos mecanismos usados para el colapso de las economías comunistas, que debido a las pesadas cargas administrativas de sus Estados, se veían imposibilitadas de fraguar las constantes crisis económicas mundiales que afectaban las propias, trayendo consigo desempleo, pobreza y desestabilidad social. Siendo estas instituciones monetarias internacionales causantes de dichas crisis, ofrecían a los países afectados las soluciones y rescate, que en gran parte consistían en abrir sus economías a la participación e inversión privada, así como la disminución del control económico estatal, mediante la venta de las empresas públicas.

Lo anterior en el caso mexicano, provocaría la resistencia de varios grupos políticos a quienes la  rectoría estatal a que se ha hecho mención beneficiaba, ya que la apertura de la inversión particular significaba un cabio de manos en el control de los medios de producción. Ante estas posibles resistencias se recurrió a la inteligencia al grado de que lograron infiltraran agentes en el gobierno mexicano, que influenciados por políticas novedosas de administración macroeconómica impartidas en su mayoría en Universidades Norteamericanas  e Inglesas, facilitaran su implementación. Así fue como una nueva generación de políticos llamados tecnócratas accedían al poder, quienes aplicaron con éxito las nuevas reglas macroeconómicas en México, a pesar de la resistencia de sus antecesores que tristemente veían como les era arrebatado el control del país bajo los mismos mecanismos de acceso al poder que ellos décadas atrás habían diseñado. Era la época de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, y el equipo de tecnócratas que introducían el neo liberalismo como política económica.

La venta de empresas públicas, la apertura de las fronteras comerciales y la desaparición de las restricciones arancelarias, se dieron casi de inmediato para facilitar la inversión privada en los sectores de la economía mexicana. Por su parte la reducida clase empresarial nacional, ante la coyuntura presentada, prestaba enorme interés en conservar la exclusividad, tamaño de su grupo y en especial la impermeabilidad que en el país existía con respecto a la competencia de la inversión extranjera lograda por el régimen anterior. Además de la gran oportunidad de hacerse del control de los sectores productivos, se sumaba la de cobrar una especie de venganza por todos esos años en los que sufrieron la competencia y el control férreo estatal. No les emocionó tanto el debilitamiento de la rectoría de las políticas públicas económicas, sino la posibilidad real de hacerse del control total del mismo Estado mexicano. Bajo ésta lógica Carlos Salinas de Gortari  negoció la adjudicación de la mayoría de las empresas públicas a un puñado de viejos y nuevos empresarios mexicanos, la implementación de reglas que dificultaran o imposibilitaran la inversión privada extranjera, la creación y conservación de nuevos monopolios económicos por lo menos en forma temporal que garantizaran su consolidación, y la apertura de mecanismos de rescate público en caso de que no pudiesen hacer frente a sus nuevas obligaciones empresariales. Así fue como la clase empresarial mexicana vio en la asociación oculta o simulada con la clase política la forma idónea para tomar el control no solo del Estado, sino del país completo.

Asociados con los políticos, la naciente oligarquía, se hacía de los mismos mecanismos usados por el viejo sistema unipartidista, en especial la impunidad y la simulación de un sistema democrático, para conservar su hegemonía en el país. La concertación estaba lista, la imagen de partido único en el poder estaba ya agotada, la transición que llevase a otro partido político a la presidencia de la República estaba preparada, los integrantes del mismo sector político-empresarial armado durante el sexenio de Carlos Salinas de Goartari, se agrupaban en el mismo PRI y en un renovado Partido Acción Nacional (PAN) cuyo directorio ocuparon tras la muerte (¿asesinato?) de Manuel Clutier símbolo moral indiscutible de ese partido que antes formó parte de la insignificante oposición política. Solo hacía falta tumbar lo que quedaba del gran símbolo totémico que formaba la pieza angular del viejo sistema político, la imagen cuasi idolatrada sobre la que millones de mexicanos sexenio tras sexenio cual súbditos se dejaban gobernar: El Presidente de la República, personaje que ante las recurrentes crisis económicas y ante las evidencias cada vez más claras de corrupción, mermaba su imagen. Solo necesitaba el tiro de gracia, y este –complotado o no- fue recibido en la cabeza del entonces candidato Luis Donaldo Colosio, nombrado por Carlos Salinas de Gortari en uso de su ejercicio fáctico sucesorio, durante esa tarde histórica en Lomas Taurinas, en la que muerto caía el aspirante, junto con la tradición añeja de culto al poder casi omnipotente del señor Presidente.

La desestabilidad social y económica que el asesinato del candidato Colisio, junto con el de otras destacables figuras del PRI, provocó al país, fue la antesala para acabar de tajo con el sistema presidencialista mexicano, último obstáculo que la naciente oligarquía mexicana tenía para acceder totalmente al poder del Estado. Ya el derecho que el Presidente tenía de elegir a su sucesor no tenía cabida en esos momentos en los que voces que representaban diversos sectores sociales exigían el fin del viejo sistema de gobierno, y veían en el cambio, la alternancia partidista, y la implementación de elecciones democráticas reales y no simuladas, los medios idóneos para  salir de la inestabilidad social que tenía en pánico a la mayoría de los mexicanos. De entre esos sectores sociales y de las filas del PAN, salía un personaje carismático, y muy simpático que a grito pelado anunciaba la salida de PRI de los Pinos, llamado Vicente Fox, cuya exitosa campaña mediática lo llevó a la candidatura de su partido y eventualmente a ser el nuevo Presidente de la República, el primero electo mediante sufragio efectivo y directo, dando fin a 70 años de dominio priísta. Fue así como se habló de democracia en México, incluso llegó a presumirse mundialmente como modelo. Sin embargo bastó un sexenio para mostrar el montaje confeccionado tras el candidato, y el engaño del que fueron víctimas la millones de mexicanos.

Los mexicanos veíamos en la impunidad la causa primordial por la que el viejo sistema corrupto sobrevivió tantos años, sin embargo no pasó mucho tiempo para darnos cuenta que la incumplida promesa del candidato de enjuiciar a los personajes que entonces se presumía su participación en actos de corrupción, entre los que figuraban varios ex presidentes, era parte de una negociación por la que el nuevo gobernante garantizaba impunidad a cambio de espacios de poder y  gobernabilidad cada vez más acotados por la inercia anti presidencialista, y ocupados por la naciente oligarquía que se hacía de los mismos mecanismos de control que el antiguo sistema unipartidista uso para conservar el poder.

Así los grupos oligárquicos se hicieron de cuanto medio de comunicación, desde televisoras, radiodifusoras y periódicos pudieron. No solo eso, también pusieron sus alfiles en los sectores de gobierno que regulan tanto sus concesiones como el uso de las mismas. Con ello lograron el principal elemento de control sobre toda la población: la administración de la información pública y su manipulación a modo.  También retomaron el corporativismo, ésta vez pluripartidista, al infiltrar sus intereses en las distintas cámaras legislativas, para que sus integrantes sin importar el color de su partido, se encarguen de proteger sus beneficios. Y por último la organización del sistema de elección de candidatos, bajo reglas diseñadas a su medida, de tal forma que: 1) El costo de las elecciones sea tan alto sobre todo en publicidad, que obligue a los aspirantes a buscar el financiamiento y apoyo de la oligarquía no solo para ganar la campaña, sino incluso para lograr la candidatura de sus partidos. 2) Que al financiarlos deban su puesto a quien les pagó la campaña y no a sus electores. 3) El control mediante la infiltración de las autoridades electorales para los casos de que un candidato no siga las reglas impuestas por la oligarquía, la apelación a la justicia electoral le sea siempre adversa, y que 4) al controlar la justicia electoral, la oligarquía garantice siempre el manejo del triunfo o fracaso de todos los candidatos en las elecciones.

Vicente Fox vio como su mandato se debilitaba poco a poco, al tiempo que iba cediendo espacios del poder Estatal a dichos grupos oligárquicos. Sin embargo un naciente factor real de poder reclamaría su parte del pastel estatal, el cual surgía de las cloacas que la corrupción e impunidad abría en los sótanos de su propia deshonestidad, un poder pavoroso en cuanto sus medios de organización y lealtad, también producto de la economía informal e ilícita que la concentración de la riqueza en las manos oligarcas, provocaba. Este nuevo grupo se gestó en clandestinidad del crimen, sobre todo el del narcotráfico, que se nutría de la impunidad y deshonestidad de la nueva clase política-empresarial. Sus líderes inmensamente enriquecidos al amparo de las autoridades, infiltraban también sus agentes nada más y nada menos que en las corporaciones supuestamente encargadas de su combate, y llegado el momento propicio, a punta de cuerno de chivo y billetazos, exigiría su taja de poder, sobretodo en dos de los sectores estratégicos del Estado: La justicia y las Fuerzas Armadas. Esa ocasión llegaba poco antes de las elecciones presidenciales de 2006.

Dentro de éste panorama también se gestaba un grupo político de izquierda con novedosos mecanismos de juego político destacando entre ellos la eficiencia en la administración pública de sus gobiernos, y la implementación de ideas progresistas en las reglas y formas de organización social. Encontrando en la capital del país y cede de los poderes federales, su principal bastión, poco a poco lograron el apoyo y sustento de la parte de la población del país que se ve perjudicada por la actual clase política, es decir en su mayoría. En ese grupo destaca quien fuese gobernante de dicha ciudad, un personaje carismático llamado Andrés Manuel López Obrador, con el que las clases no beneficiadas y hasta despreciadas por la oligarquía se identifican con facilidad, debido a su discurso opositor franco, basado en la visión general que los mexicanos tienen del país, sus problemas, males, vicios y soluciones, fácilmente digerible y aceptado por el groso popular. Dicho discurso es el eje principal de su estrategia de permanecer en la agenda mediática nacional, a pesar del cerco informativo que los medios de comunicación controlados por la oligarquía hacen torno a él -según sus propias palabras- y plantea una visión a futuro de toques progresistas, sobre la implantación de un nuevo sistema político con altos frutos sociales, que no solo beneficie a unos pocos, y que sus detractores acusan con razón o sin ella de mesiánico

Amado u odiado sin medias tintas, López Obrador con el tiempo y después de varios desencuentros con la clase político-empresarial terminó siendo un factor de alto riesgo  para sus intereses. Fue en este ambiente de tención, en el que la oligarquía salía detrás del telón del que escondía su poder e influencia, para abiertamente combatir y hacer frente al político que pronto se hacía candidato de las izquierdas para contender las elecciones presidenciales, con un muy alto y casi imposible de igualar nivel de preferencia de voto. Evitar el arribo de López Obrador al poder  se convertía en la meta principal de los grupos oligárquicos.

Ante la inmensa popularidad de López Obrador, el sector empresarial no veía dinero suficiente que  cubriera la multimillonaria campaña mediática capaz de revertir el índice de simpatizantes de López Obrador. Los recursos monetarios ilícitos se hacían necesarios, y el pacto con los señores del tráfico de armas, narcóticos, personas y en general de toda mercancía ilegal, estoy seguro no esperó. La contraprestación reclamada no era para nada insignificante. Este grupo delincuencial ya infiltrado en las áreas que debían combatirlos, deseaba el dominio total de las rutas y mercados de sus productos. El control de las fuerzas armadas y la administración de justicia era el dispositivo ideal, no solo para logar su meta, sino para conseguir el beneplácito de las mafias norteamericanas encargadas de su consumo y de las instituciones públicas estadounidenses al parecer encargadas de administrar más que combatir dicho tráfico. El control del Estado Mexicano se dividía entre los oligarcas, el crimen organizado y el sistema de banca mundial en apoyo a sus integrantes que gustosos abren sus bóvedas al nunca despreciable dinero ilegal.

Así fue como abiertamente la nueva oligarquía mexicana hizo su aparición pública, haciendo uso de toda su fuerza para evitar el triunfo del candidato incomodo, y lograr que el propio, Felipe Calderón ganara, por un escaso margen y bajo unas elecciones muy discutidas e inútilmente impugnadas, la presidencia de la República.

El gobierno de Felipe Calderón no podría resultar de otra forma: La oligarquía afianzaba el dominio de casi todos los sectores del país y consolidaba el control sobre la mayoría de los políticos encargados de asegurar sus intereses. Con un Presidente sin mando real sobre las fuerzas armadas y los aparatos de aplicación de justicia, se inició una lucha oficial de la que cada vez hay más evidencias de ser unilateral, que combate a un solo sector del crimen organizado y protege a otro, en una  descarnada, sangrienta y ruin guerra que ha provocado decenas de miles de muertos y desaparecidos, que ha hecho del país un campo de batalla, y el temor e inseguridad de la población en factores de control estatal.

Consientes del descontento general por la situación del país, y ante el descredito de los dos últimos gobiernos panistas que destacaron por superar la ineficiencia y corrupción del antiguo régimen, la oligarquía preparó el regreso del PRI al poder, pero ésta vez bajo la confección cuidadosa y estudiada del Presidente encargado de la gerencia de sus intereses. Aprendieron del efecto popular del factor López Obrador y en los laboratorios de construcción de imágenes públicas, diseñaron el personaje que sería el candidato del partido tricolor y cuyo dominio público  se preparaba con mucha anticipación a la campaña por venir, bajo una estrategia de exposición mediática tan extensa en tiempo y  repetición de imagen, que asegurara su alto índice de popularidad.  Así encontraron en un muy joven y apuesto político del Estado de México, miembro de uno de los grupos tradicionales de poder prisita, llamado Enrique Peña Nieto el modelo ideal.  

Sabedores que a los mexicanos adictos a las telenovelas ya no les gustaban los presidentes que les imponían, se encargó la tarea de diseño de imagen a la televisora de mayor rating del país y a sus guionistas su perfil vivencial, mostrando a un atractivo joven recién electo gobernador de su Estado, acongojado por el profundo dolor que le dejaba la muerte de su esposa, y la educación de sus 3 hijos, difundiendo su labor pública como ejemplo de trabajo eficiente y  exitoso, a través de capsulas informativas pagadas.  A la mitad de su mandato la cadena televisiva que es la mayor hacedora de telenovelas del mundo, le prepara una historia de telenovela en la que conoce y se enamora de una artista de telenovela, y en una boda de telenovela, transmitida en cadena nacional contrajeran nupcias, para juntos hacer una campaña televisada hasta el cansancio, que los llevara a ser Presidente y Primera Dama de México y vivir felices juntos para siempre… pero lo que los guionistas nunca previeron fue que el grueso de la población experta en las telenovelas supo distinguir al actor del candidato, al guion, al guionista, y a la ficción televisiva de la realidad social y política del país. El rechazo a su candidatura y a su imposición por los grupos de poder creció y ya como Presidente electo Enrique Peña Nieto y sus creadores nuevamente se encuentran en un ambiente de impugnación y cuestionamiento al proceso electoral que lo llevó al triunfo. Así es como actualmente el PRI pretende regresar a la presidencia de la república y la oligarquía busca su consolidación en el poder.   
                   

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